Siria: ¿qué le deparará el futuro? – Fawaz A. Gergez
La oposición ha subrayado que no negociará con el régimen sirio a menos que El Asad deje su cargo
Más que en cualquier otro momento durante los últimos quince meses, el último encuentro en Ginebra y la conferencia de Amigos de Siria han mostrado claramente que han fracasado los esfuerzos de Estados Unidos al invitar a Rusia a participar en una iniciativa tendente a acabar con la crisis en Siria. El tema está en el aire, sin lograr acuerdo ni consenso; el Consejo de Seguridad de la ONU sigue prácticamente anulado y la diplomacia internacional se estanca. Sin una resolución de la ONU, EE.UU. y las potencias occidentales no experimentan el deseo ni tienen la voluntad política de intervenir militarmente en Siria al estilo libio.
La estrategia principal de EE.UU. y de los aliados ha consistido en librar una guerra económica y psicológica contra El Asad usando la diplomacia y las amenazas en lugar de la fuerza a fin de inclinar el equilibrio interno de poder contra el presidente sirio. Tras la reunión en París y la noticia de la deserción del general sirio Manaf Tlass, la secretaria de Estado Hillary Clinton, declaró que hay indicios de que elementos del régimen y militares ponen los pies en polvorosa, con la clara intención de animar a otras figuras del régimen a hacer lo propio.
« Todas las miradas están puestas en el puñado escaso de países que aún mantienen influencia sobre Damasco », señaló Clinton. « Han de aumentar la presión y emplear los instrumentos a su alcance para que El Asad comprenda que ha llegado su hora ». Clinton usó severas expresiones y pidió que Rusia y China retiren su apoyo a El Asad y respalden al pueblo sirio. Apremió a todos los países representados en la reunión a dejar claro que Rusia y China pagarán un alto precio pues « retrasan el avance en la solución del problema y lo bloquean. Es intolerable ».
La abierta actitud crítica de Clinton, junto con la negativa de Rusia y China a asistir a la conferencia de París, da fe de las profundas diferencias entre las grandes potencias sobre la crisis siria. Aunque se ha producido un cambio sutil en la postura de Moscú -visible en Ginebra, donde Rusia y China aprobaron un documento sobre la formación de un gobierno transitorio de unidad nacional con plenos poderes ejecutivos-, Rusia sigue oponiéndose a un cambio de régimen en Damasco liderado por las potencias occidentales y la ONU. Poco después de que Clinton manifestara que el documento acordado en Ginebra demanda a El Asad que se marche, el ministro ruso de Exteriores, Sergei Lavrov, declaró que no existe ninguna exigencia en el sentido de que el presidente sirio deba dimitir, contradiciendo así a su homóloga estadounidense y reiterando la oposición de su país a los esfuerzos occidentales para construir un nuevo orden en Siria.
Los observadores atentos a la situación en Siria siguen mostrando su escepticismo sobre el discurso procedente de Washington y Occidente en el sentido de que sus días están contados. Washington ha apostado por este discurso durante más de un año, demostrando que el caso de Siria se resiste a una interpretación en mayor medida de lo que nadie quiere admitir o que EE.UU. parece esperar una aparición de la Virgen. O ambas cosas. Sea como fuere, la caída del régimen no parece ser por ahora algo similar a una profecía que se autorrealiza o una apuesta inteligente. Clinton acierta en una cuestión: el ala armada de la oposición cobra fuerza.
A raíz del creciente flujo de armas de Arabia Saudí y Qatar a través de Turquía, con el conocimiento y bendición de EE.UU., los últimos ataques de la oposición han sido más fuertes y resueltos. Los rebeldes han llevado las hostilidades hasta Damasco y Alepo, corazón del poder del régimen sirio. El ritmo creciente de deserciones de militares veteranos muestra que Turquía ejerce una mayor presión sobre el régimen de El Asad, sobre todo tras el derribo de su avión por Siria.
Resulta irónico que mientras las potencias occidentales intentan forzar el equilibrio de poder contra El Asad, el presidente y sus fieles actúan como si tuvieran la sartén por el mango, a punto de derrotar a la oposición. En sus palabras al nuevo gobierno, El Asad reconoció por primera vez que Siria se halla inmersa en una auténtica guerra y debe hacer uso de todas las opciones a su alcance para ganar esta guerra. El Asad ha intensificado sus ataques contra la oposición y ha realizado una escalada en su guerra verbal acusando a EE.UU. de apoyar el terrorismo en una entrevista a la radiodifusión alemana, prometiendo que no dejará su cargo « ante los desafíos planteados al país ».
Su fuerza no es sólo retórica: pese a las importantes deserciones, las fuerzas de seguridad sirias han demostrado mayor cohesión y resistencia de lo que se juzgaba en Occidente. A El Asad le han ayudado también países vecinos a medida que la crisis siria ha sido crecientemente atrapada en una encarnizada lucha en la región entre Irán, por una parte, y Arabia Saudí y los países del Golfo por otra. Irán suministra ayuda económica y militar a Siria. Como ha señalado Kofi Annan, Irán es tan importante como Rusia, si no más: aunque El Asad se halla aislado en sumo grado en el plano internacional y regional, el apoyo que recibe de Irán, así como de Iraq, le ha representado un salvavidas.
Annan ha pasado de intentar alcanzar un alto el fuego a concentrarse en la mediación política entre el Gobierno sirio y la oposición. Ha dicho que su reciente reunión con El Asad fue « sincero y constructivo », aunque apenas ha entrado en detalles de la conversación. No nos hagamos ilusiones: antes de que Annan finalizara su cita con El Asad, el Consejo Nacional Sirio había emitido una declaración manifestando su desacuerdo con la decisión de Annan de involucrar a Irán. Los iraníes , dijo el Consejo en Facebook, « no pueden ser parte de la solución a menos que sus posturas cambien de forma radical ».
Pese a los continuados esfuerzos de Annan, las probabilidades son contrarias a un avance político. Ha aumentado la desconfianza entre los dos bandos en liza, de modo que tanto la oposición como el régimen de El Asad se toman el combate como una cuestión vital: cada bando se agazapa aprestándose a una lucha dilatada. La oposición no está dispuesta a negociar con el régimen sirio a menos que El Asad deje su cargo o acabe la violencia en el país, punto a partir del cual la ONU mediaría con el Gobierno de El Asad. Este tampoco reconoce la legitimidad de la oposición en el país o en el extranjero. Ha elogiado el plan de seis puntos de Annan así como el documento relativo a un gobierno transitorio de unidad nacional acordado en Ginebra, pero sigue actuando como si existiera una solución sólo basada en el plano de la seguridad a una crisis fundamentalmente política y desplegando una fuerza a gran escala para aplastar a la oposición, con poco éxito.
Por todas estas razones, presenciaremos probablemente un prolongado conflicto armado, aunque no está clara su duración ni qué coste tendrá para el pueblo sirio y para sus vecinos.
Por la falta de información fiable sobre las maquinaciones del régimen sirio resulta arriesgado aventurar un pronóstico. Privar a El Asad del poder es una estraregia que necesita ser verificada, no una táctica demostrada. Aunque las sanciones desangran la economía siria, el Gobierno ha dado de momento con el modo de adaptarse a la situación. ¿Cuánto tiempo podrá Siria vivir por sus propios medios, dado sobre todo que es improbable que Irán mantenga su nivel actual de ayuda a El Asad debido al peso de las propias sanciones?
En último término, el equilibrio interno de poder en Siria determinará si El Asad se queda o se va. ¿Podrá mantener la cohesión y unidad de su coalición gobernante? Aunque es posible que sus días no estén tan contados como Clinton dice, hay signos alarmantes sobre su durabilidad política que no son halagüeños.
La oposición se organiza mejor y sus ataques son más eficaces. Tlass desertó no por una corazonada, sino por el brutal aunque fallido asalto del ejército a su ciudad natal, Rastan, otro aviso a El Asad: sus fuerzas se hallan esparcidas en exceso y exhaustas. Sin embargo, las recientes deserciones en el ejército no han alcanzado una masa crítica capaz de amenazar la supervivencia del régimen.
La lucha en Siria es más compleja de cómo la pintan los medios de comunicación y la guerra diplomática verbal. Quince meses después del estallido de la revuelta política, hay un punto muerto entre el régimen de El Asad y la oposición en el que nadie puede destruir al adversario. El fracaso de la diplomacia internacional representará más violencia y un sangriento verano en este país desgarrado por la guerra.